Eran alrededor de las 9:30 pm cuando terminaba de cenar en Oceanview Cafe y decidí bajar al Michael’s Club a tocar el piano. El salón se encontraba sin huéspedes y con apenas 2 tripulantes filipinos que charlaban entre ellos en tagalog, el idioma oficial de Filipinas. Les pregunté si les incomodaba que tocara mientras ellos seguían platicando, a lo que me respondieron que no. Comencé a tocar y ellos siguieron en lo suyo. Al poco tiempo uno de ellos se levantó y se retiró de aquel salón llamado Michael’s Club, un área exclusiva de huéspedes con decoración elegante de tonos rojos y marrones con garigoleo y obras de arte por aquí y por allá, que me remontó a los 1800’s, como si estuviera en un palacio real europeo, en donde los grandes músicos de corte mostraban su talento.
Continué repasando un poco de mi repertorio musical, y mientras tomaba una breve pausa, una pareja de alrededor 60 años, entró al salón. Expresaron su felicidad al mesero de que por fin había un pianista que hiciera de su estancia una más placentera. Al escuchar eso mi cuerpo se llenó de nervios y adrenalina. Mi mecanismo de defensa, liderado por el miedo, de inmediato quizo salir de esa zona de incomodidad utilizando mi boca para expresar las palabras: “No soy pianista. Trabajo en otra área, mis estimados”. En cuanto salieron esas palabras de mi boca, se notaron decepcionados y, siendo honesto, yo también, pues estaba ante mí una oportunidad única para enfretar mi miedo y mis nervios y, por primera vez, tocar para alguien que no sea un conocido. Así que decidí remediar la situación diciendo lo siguiente: “¿A pesar de no ser mi área, les gustaría que tocara algo para ustedes?” Su respuesta fue un enérgico e inmediato: “¡Por supuesto!
Mi elección de melodía fue la Sonata No. 8, 2do Movimiento “Pathetique” de Ludwig van Beethoven.
4 minutos pasaron.
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Al terminar la melodía, los aplausos, la expresión en sus rostros y los halagos penetraron mi alma y reafirmaron la enorme pasión que tengo por la música, especialmente la música clásica.
Me quedé conversando con ellos durante unos 10 min. Durante la charla, me preguntaron porqué no me dedicaba a tocar. Esta no era una pregunta sencilla, y menos en estos momentos de mi vida en donde mi carrera profesional ha tomado un giro de 360 grados. O al menos eso pensaba, porque mi respuesta fue clara y genuina.
-No me gustaría que me pagaran por hacer algo que me apasiona como la música, siento que le quitaría la magia que me produce mientras lo hago. Es muy diferente tocar cuando te nace, a tocar por obligación. Puede tornarse un poco repetitivo y reducir la emoción. Si algún día considerara vivir de la industria musical, lo haría componiendo temas para la industria cinematográfica”.
Tanto ellos como yo, nos quedamos sorprendidos de la seguridad y claridad de la respuesta. De no haberme atrevido a tocar esta noche, la incógnita musical en mi vida habría persistido. Por el contrario, se convirtió en certidumbre que, a su vez, trajo mayor claridad a mi vida.
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